Días atrás hablábamos de los momentos previos a la tempestad.
De ese conjunto de sensaciones, miedos, incertidumbres y carga de exigencia en las que nos movíamos.
Ahora toca centrarnos en esa otra fase y momento de la aventura, que viene justo despues.
En esa calma que llega una vez ha pasado la tormenta.
En ese momento de tranquilidad y satisfacción después de hacer un buen trabajo, y conseguido lograr tus objetivos y propósitos.
Cuando has tenido éxito y esa meta que te habías encomendado la has sabido llevar a cabo.
O en el peor de los casos no ha salido todo como te hubiera gustado por ser un mal día o ir demasiado condicionado por autoexigencia y propósito; pero sabes que ya todo paso, que ya va llegando a su fin la aventura de ese día.
Toca el turno de disfrutar de un momento fantástico de paz y serenidad, cuya intensidad suele ir en proporción a las vivencias, aventuras y adrenalina descargada ese día.
Y a veces ocurre que justo en ese momento cuando tu tensión se reduce, cuando ya no esperas nada más y prestas mas atención a los detalles más insignificantes; que de repente algo te sorprende gratamente, llama tu atención y hace que vuelvas a coger y enfocar tu cámara, en ese encuadre perfecto que de repente aparece ante ti, para regalarte con el último suspiro del día, su último regalo.